Dado que el negocio de la "crisis" va viento en popa, se acerca ya el deplorable momento de ver cómo, en Grecia, se convierte en cruda realidad la amenaza de las llamadas "Zonas Económicas Especiales": una amenaza visible hace ya tiempo, cuando las perspectivas de futuro que en este blog se analizaban sonaban para muchos a catastrofismo radical.
Hace ahora un año, Philipp Rösler, el joven vicecanciller de origen vietnamita del gobierno Merkel, visitó Grecia al frente de una delegación de empresarios alemanes y planteó abiertamente ante el gobierno griego la conveniencia de crear Zonas Económicas Especiales para atraer las inversiones extranjeras. Los ministros Venizelos y Chrysochoidis estuvieron de acuerdo en la idoneidad de zonas como el Epiro, Tracia, el Peloponeso y el Egeo Sur, pero la burocracia de Bruselas ha demorado hasta el momento el asunto, no tanto por principios éticos como recelosa de favorecer la "competencia desleal" dentro la propia Eurozona. No obstante, los muchos entusiastas de la idea (nacionales y foráneos) han seguido adelante, y, estos primeros días de septiembre, el Viceministro de Trabajo alemán, Hans-Joachim Fuchtel, se ha paseado por el Peloponeso sondeando el terreno y la disposición de autoridades y empresarios de cara al futuro inmediato. Claro está, en sus agendas de trabajo se evita aún utilizar abiertamente el término "Zonas Económicas Especiales", dado que puede despertar suspicacia, como ocurrió hace días en la isla de Leros. Es preferible hablar sencillamente de "inversiones", de "planes estratégicos de desarrollo regional" y, sobre todo, de "creación de puestos de trabajo": éste es el cebo con el que todos pican.
Como, por desgracia, el concepto de "Zona Económica Especial" está llamado a convertirse en uno de los trendies de los próximos años en los países europeos con dificultades financieras, conviene conocer a las claras lo que significa esta eufemística etiqueta. "Zona Económica Especial" es una zona concreta de un país donde las leyes que rigen en todo el territorio nacional son sustituidas por otras más afines a la conveniencia de los inversores que en ella se instalan. Para atraer el capital, las ZEE ofrecen, por lo general, los siguientes incentivos: importación de equipamientos y materias primas libre de aranceles, reducción drástica de los tipos impositivos o incluso exención de impuestos, legislación laboral eslástica, libre circulación de capitales, libre salida del país de beneficios obtenidos, subvención de gastos de transporte, subvención de gastos de contratación de personal, y régimen especial de concesión de licencias. A estos alicientes, se suma también el que el Estado facilita las infraestructuras necesarias en materia vial, de acometidas de agua y electricidad, de telecomunicaciones, de servicios sanitarios, etc. Y por si esto fuera poco, la administración del territorio de la ZEE la ejerce una persona jurídica de derecho privado cuyo principal accionista es, en una primera fase, el ayuntamiento o el gobierno regional de la zona donde se instala, y, más tarde, las propias compañías. Es decir, en la práctica, las "Zonas Económicas Especiales" son zonas del territorio nacional cedidas al control del inversor, que las administra de facto según su conveniencia.
Dejémonos de eufemismos y hablemos claro. Las "Zonas Económicas Especiales" nacieron como un invento de la city de Londres para dar continuidad al colonialismo, necesitado de renovar su imagen victoriana para poder seguir operando con éxito en las nuevas naciones "independientes". La primera ZEE se estableció a finales de 1979 en Shenzhen, entonces un pequeño puerto al norte de Hong Kong y hoy una selva de rascacielos cuyas cristaleras ocultan la explotación extrema y las muecas grotescas de la corrupción y del abuso como modus vivendi. Desde aquel primer experimento hasta la actualidad –gracias a la progresiva desregulación de los mercados y al progresivo aumento de la dependencia financiera de los gobiernos–, han sido declaradas en el mundo cerca de 4.000 Zonas Económicas Especiales. La experiencia internacional pone de manifiesto cuál es la realidad en estos territorios: para el trabajador, jornadas laborales de entre diez y doce horas diarias (llegando en algunos momentos a alcanzar las dieciséis, según datos de la OIT), elasticidad de la jornada en función de la satisfacción de estrictos objetivos de producción (en las ZEE de China, se trabaja entre 54 y 77 horas a la semana), prohibición de establecer sindicatos, gran inseguridad laboral, condiciones de trabajo degradadas y ausencia total de posibilidades de promoción; para el inversor, exención casi total de impuestos y de obligaciones de participar en programas de desarrollo del país; explotación del territorio a largo plazo a cambio de porcentajes sobre el beneficio que en muy pocos casos alcanzan el 1%; aplicación de mecanismos (fast-track) para eludir normativas medioambientales, de patrimonio, de consumo y de seguridad; y ausencia absoluta de control estatal, lo que favorece el blanqueo continuo de ingentes capitales.
Quien quiera argumentar que las ZEE crean puestos de trabajo, debe saber cuáles son las condiciones del contrato; y, además, debe saber también que, si bien en un principio se contrata población local para favorecer la aceptación, la experiencia histórica demuestra que la práctica habitual es contratar mayoritariamente a emigrantes internos o externos por períodos no demasiado largos y a través de agencias privadas, que pueden llevarse en comisión hasta la mitad de su salario. Siguiendo la Directiva europea sobre normas y procedimientos comunes a los estados miembro para la repatriación de súbditos de terceros países (2008/115/EC), nuestras legislaciones se están preparando ya para que los inmigrantes ilegales en espera de resolución sobre su caso puedan recibir empleo en zonas concretas señaladas por determinadas instancias oficiales (para el caso de Grecia, Ley 3907/2011 37.5). Lean ustedes entre líneas.
Ahora que la "crisis" se extiende y se agudiza, que empiezan a buscarse fórmulas para pagar en especie lo que no se podrá pagar en dinero y que las fortunas de los paraísos fiscales reclaman nuevos paraísos de inversión, comenzarán a hablarnos de Zonas Económicas Especiales y de otros eufemismos como supuesto motor de desarrollo y "solución" a los problemas del país. Por eso, conviene abrir los ojos y conocer las experiencias de otras latitudes: para estar preparados, para que no nos vuelvan a engañar, y para no olvidarnos nunca de que esos "paraísos" son la otra cara de muchos infiernos.

Artículo publicado en el periódico "La Vanguardia" (28/9/2012)

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