Desde el pasado sábado, los grandes medios informativos de toda Europa recorren las calles de Atenas buscando desesperadamente la imagen del caos. Sin lugar a dudas, si el gobierno griego hubiera firmado la propuesta del Eurogrupo, todo sería NORMALIDAD. Y Grecia no saldría en las portadas ni en los telediarios. Los bancos estarían abiertos y todo sería NORMALIDAD: una deuda del 175% del PIB que sigue creciendo tras dedicar 460.000 millones a su amortización e intereses, un 25% de disminución del PIB en los años de los “rescates”, un 26% de paro (más del 55% en el caso de los jóvenes), un 30% de empresas cerradas , un 38% de reducción salarial media, un 45% de reducción de pensiones media, 300.000 jóvenes cualificados emigrando, 500.000 familias alimentadas cada día en los comedores populares de la Iglesia, un 42% del aumento de la mortalidad infantil, el mayor plan de privatizaciones del mundo, y casi dos personas suicidándose al día durante los últimos cinco años. Todo NORMAL. Y hay que decir que sí para que no nos cierren los bancos (que seguimos recapitalizando con nuestras privaciones) y todo siga siendo NORMAL.
La Unión Europea y el euro han dejado bien claro lo que son para quien no se niegue a verlo: una construcción para convertir el poder “de facto” de ciertas élites en un sólido poder “de iure”, sorteando cualquier resistencia: los Estados tradicionales, la soberanía nacional, la política como defensa del interés común, la propia democracia, incluso los derechos y las necesidades básicas de las personas. La Unión Europea y el euro son incompatibles con esto, y así lo demuestran con su actitud. Por eso no quieren referéndum, quieren sólo acatación. Es hora de que la sociedad griega –y la de los demás países europeos– depongan su miedo infundido, asuman con valor todo el riesgo que haya que asumir, y decidan de una vez si toman las riendas de su propio destino o las dejan confiadamente en manos de sus dudosos acreedores. Basta ya de NORMALIDAD. Digamos NO, asumiendo el riesgo.